En Bello, Antioquia, el dolor se ha vuelto un eco que rebota entre las montañas. El nombre de Sara Millerey González Borja no se borra de las calles, ni de las redes, ni de los corazones. Su historia, marcada por la alegría, la escritura y la luz que irradiaba, terminó abruptamente en un acto de brutalidad que dejó sin aliento a todo un país.
El fin de semana anterior, Sara fue hallada en la quebrada La García, en el barrio Playa Rica. No llegó ahí sola. Fue lanzada sin piedad, como si su vida no valiera nada, como si su humanidad pudiera desecharse. Lo más triste —y aquí es donde duele el alma— es que nadie se atrevió a ayudarla. ¿Por qué? Por miedo. Miedo a las represalias, miedo a los grupos irregulares que, según las autoridades, advirtieron a los testigos que no intervinieran.
“Me la dejaron rota por dentro y por fuera”
Sandra Borja, su madre, habló con la voz quebrada, como se rompe una cuerda tensa por tanto dolor. Dijo que su hija fue arrojada con el cuerpo hecho pedazos, con los brazos y las piernas fracturados, incapaz de moverse. “Tenía su cuerpo totalmente quebrado, manos, brazos… Me la arrojaron a ese río. No era para que me la hubieran vuelto así”, dijo con lágrimas que no cesan.
Sara tenía 32 años. Vivía con su madre. Era alegre, extrovertida, muy querida en su comunidad. “Me la insultaban por ahí, me decía que le gritaban cosas feas. Yo le decía que no les parara bolas… ella no le hacía daño a nadie”, contó Sandra. Y uno no puede evitar pensar: ¿cómo puede haber tanto odio en el mundo como para acabar con la vida de un ser humano por ser diferente?
La comunidad en silencio… y el miedo como verdugo
Según José Rolando Serrano, secretario de Seguridad de Bello, muchas personas no ayudaron a Sara mientras se aferraba a las ramas del río porque fueron advertidas de no hacerlo. Grupos delincuenciales presuntamente la golpearon, la dejaron casi sin vida y luego la arrojaron a la quebrada, ante la mirada impotente —y aterrada— de la comunidad.
“La gente no la ayudó porque estaban advertidos…”, explicó Serrano. Una frase corta, pero que retumba. Es como si el miedo hubiera sido cómplice del crimen. No es fácil juzgar desde afuera, pero en este país, el silencio a veces se vuelve el único escudo para seguir vivo.
¿Quién era Sara Millerey?
Sara no tenía pareja. Vivía con su madre, escribía, soñaba, reía. No tenía enemigos conocidos. Había terminado una relación hacía ya varios años. “Me la dejaron sola”, dice Sandra, y esa frase encierra un mundo entero. Porque no solo perdió a su hija, perdió su compañera de vida, su confidente, su amiga.
Era una mujer trans. Una identidad que, en muchos lugares de Colombia, sigue siendo señalada, atacada, incomprendida. No por todos, claro. Pero sí por los suficientes como para que su muerte parezca no sorprender a quienes conocen la realidad de cientos de personas trans en este país.
Las cámaras, la investigación… y la esperanza de justicia
Las autoridades han comenzado una investigación. Hay cámaras de vigilancia, testigos, indicios… pero todavía no hay respuestas claras. La Fiscalía ya tiene el caso, y mientras tanto, la Gobernación de Antioquia ofreció una recompensa de hasta 50 millones de pesos por información que conduzca a los responsables.
Serrano también detalló que hay material recopilado y una zonificación del área gracias a las cámaras de seguridad. Aún no se cuenta con un video exacto del crimen, pero se están usando todas las herramientas posibles para dar con los culpables.
La última despedida
Sara fue sepultada en Bello, acompañada por decenas de personas que, aunque tarde, quisieron darle un adiós digno. Un adiós que no borra el dolor, pero que al menos honra su vida. Fue rescatada por la Policía y los Bomberos de la quebrada, pero murió horas después en la clínica La María. Un desenlace que sigue doliendo, que sigue indignando.
Justicia para Sara Millerey: un llamado que no puede ser ignorado
Colombia entera debe preguntarse: ¿hasta cuándo? ¿Hasta cuándo se va a permitir que las personas sean asesinadas por su identidad, por su forma de ser, por simplemente existir?
Hoy, más que nunca, el nombre de Sara Millerey González Borja debe convertirse en un símbolo. Un símbolo de lucha, de dignidad, de resistencia. Porque su vida valía. Porque merecía respeto. Porque su muerte no puede quedar impune.
Si tú sabes algo, si viste algo, no calles. La justicia no puede caminar sola. Y aunque no podamos devolverle la vida, sí podemos evitar que su muerte quede en la oscuridad.
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Elaborado por Análisis hípico primate
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